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Ecología humana, estudio de las relaciones entre los seres humanos y su entorno. Los especialistas en ecología humana investigan el modo en que las personas adaptan sus características genéticas, fisiológicas, culturales y de conducta al medio físico y social.
HISTORIA DE LA ECOLOGÍA HUMANA
El estudio de la interacción entre los seres humanos y su entorno se remonta a los antiguos griegos, quienes creían que el entorno físico determinaba la cultura y la conducta de las personas. Sostenían que los climas cálidos propiciaban la inactividad, mientras que la mayor diversidad climática era fuente de salud y equilibrio. Este punto de vista, llamado determinismo ambiental, se ha mantenido hasta el siglo XX. Sin embargo, durante el siglo XIX el aumento de datos arqueológicos y etnográficos demostró que desde que los seres humanos han utilizado la cultura para superar las dificultades ambientales, el entorno no ha constituido más que una influencia de tipo menor en la sociedad. Un punto de vista intermedio y, en parte, opuesto al determinismo ambiental, que el etnólogo alemán Franz Boas denominó ‘posibilismo’, sostiene que el entorno ofrece al ser humano una serie de posibilidades, cuya elección depende de los factores históricos y culturales que vaya adoptando la evolución social.
A finales de la década de 1940 el antropólogo estadounidense Julian Steward introdujo la idea de que los seres humanos forman parte de un sistema ecológico. Acuñó el término de ‘ecología cultural’ y dio un nuevo impulso a la investigación de las sociedades de cazadores-recolectores, de pastores y de agricultores. Sin embargo, hasta la década de 1960 no se produjo la unificación de los conceptos de ecología cultural y biológica en el de ecología humana. Hoy este concepto se incluye dentro de un amplio marco ecológico y evolutivo, que engloba dos procesos: por un lado, la influencia del entorno en los seres humanos y la adaptación de éstos al entorno, y, por otro, el impacto que los seres humanos producen sobre el entorno en los aspectos físicos, económicos, culturales y otros, como la nutrición, los desastres ecológicos o la demografía. Los ejemplos que se exponen a continuación son ilustrativos de la interacción de los diferentes tipos de adaptaciones.
3 ADAPTACIÓN A ENTORNOS EXTREMOS
Los seres humanos han fundado asentamientos en casi todas las zonas del planeta, por lo que se han tenido que adaptar a entornos muy diferentes, desde desiertos tórridos con temperaturas superiores a los 35 ºC, hasta zonas extremadamente frías, con temperaturas que descienden hasta por debajo de los -46 grados centígrados.
Un individuo que ha crecido en un clima frío tenderá a ser bajo y robusto, mientras que otro que viva en un clima cálido desarrollará un cuerpo más largo y delgado. Estas respuestas sirven para regular la pérdida de calor y son irreversibles una vez que el proceso de crecimiento ha finalizado. Otros tipos de respuestas fisiológicas son más flexibles. Los seres humanos se adaptan a ambientes muy fríos tiritando y aumentando el metabolismo basal, lo cual eleva la temperatura corporal. En el extremo opuesto, los seres humanos pueden adaptarse a climas tórridos en el espacio de dos semanas reduciendo sus pulsaciones e incrementando la transpiración. Sin embargo, las adaptaciones culturales como la vestimenta son igualmente importantes. Los pueblos de la cordillera de los Andes que viven en climas fríos utilizan ropas de lana de colores oscuros para guardar el calor, mientras que en el desierto se utilizan ropas sueltas que protegen la piel de los efectos dañinos de la luz solar directa, a la vez que permiten la ventilación.
3.1 Nutrición
La estructura de los grupos humanos, sean éstos nómadas, agricultores o cazadores-recolectores es, sobre todo, producto de esquemas de subsistencia en los que la nutrición pasa a desempeñar un papel muy destacado. La disponibilidad de alimentos puede variar extraordinariamente de una población a otra y eso se refleja en su dieta. Por ejemplo, para los pueblos indígenas de la Amazonia y para los aborígenes australianos, los insectos son una fuente vital de proteínas y grasas. La dieta puede depender también de factores genéticos. Muchos adultos no pueden beber leche porque son incapaces de fabricar la enzima de la lactasa que descompone la lactosa. Sin embargo, los pueblos que se dedican al pastoreo han desarrollado una ‘tolerancia a la lactosa’, ya que la leche constituye una parte importante de su dieta.
Las necesidades de alimentos varían de una población a otra. Para adaptarse a condiciones de vida extremas en hábitats inhóspitos, los inuit, por ejemplo, necesitan el doble de calorías que los habitantes de zonas más cálidas. Debido a que la posibilidad de conseguir alimentos es, en gran parte, imprevisible, se adoptan ciertas conductas de grupo, como compartir la comida previendo los momentos de escasez y utilizar los lazos de parentesco, rituales y matrimoniales, para mantener y extender esas relaciones cooperativas.
3.2 Demografía
Los especialistas en ecología humana estudian la interacción de los factores biológicos y culturales con la natalidad y mortalidad de las poblaciones. Por ejemplo, en los entornos desérticos sólo pueden mantenerse densidades de población bajas, por lo que los grupos tienden a ser reducidos. Algunos pueblos lo consiguen aumentando la etapa de lactancia de las mujeres que, en algunos casos y por razones biológicas, impide la ovulación y puede prolongar el periodo de infertilidad. También recurren a tabúes culturales sobre las relaciones sexuales para controlar la natalidad. En las sociedades occidentales, gracias a la medicina moderna, la sanidad y la educación, las mujeres han conseguido reducir las tasas de mortalidad infantil y la natalidad (véase Control de natalidad).
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